Alteraciones del equilibrio ácido-base #1
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Homeostasis ácido-base
Ácidos, bases y pH
La concentración de protones (H⁺) en los líquidos orgánicos se
mantiene en valores extremadamente bajos (40 nEq/L), gracias a la participación
respiratoria y renal junto con la presencia de un sistema de amortiguadores; es
decir, sustancias capaces de aceptar o ceder H⁺ cuando se añade un ácido o una
base a una solución acuosa (compartimientos
corporales). En este punto, cabe recordar que un ácido es una sustancia capaz de
ceder H⁺ al medio, mientras que una base
es una sustancia capaz de aceptar H⁺
del medio. Esto implica, asimismo, la formación de pares ácido-base. Cuando una
sustancia cede un H⁺
(ácido), se
forma su base conjugada; mientras que cuando una sustancia acepta un H⁺ (base), se forma su ácido
conjugado (Figura 7.1). En relación con su naturaleza electrolítica, los ácidos y
bases pueden ser fuertes (cuando se disocian completamente en solución acuosa) o
débiles
(cuando se disocian parcialmente en solución acuosa). Una generalización útil acerca
de las fuerzas relativas de los pares ácido-base es que, si un ácido es
fuerte, su base conjugada es débil y, si una base es fuerte, su ácido conjugado
es débil.
El manejo de magnitudes tan
pequeñas de concentración de H⁺
resulta engorroso y poco práctico, razón por la
cual se procuró
simplificar su expresión. El pH es una notación útil para
expresar la concentración de H⁺ libres en una solución. Se
calcula como el logaritmo negativo (de base diez) de la concentración de H⁺:
pH = -log[H⁺]
Para una concentración de H⁺ libres de 40 nEq/L (que es
igual a 0,00000004 mEq/L), el pH es de 7,40. La compleja interacción entre el
sistema de amortiguadores, la ventilación alveolar y la función renal (v.
más
adelante), establece la regulación homeostática del pH
en un estrecho margen, solidario con la viabilidad biológica, que
se ajusta en 7,40 ± 0,04. Sobre la base de este
rango de normalidad, se establecen las definiciones siguientes:
- Eudremia:
pH 7,36-7,44.
- Acidemia:
pH < 7,36.
- Alcalemia:
pH > 7,44.
El control preciso del pH resulta uno de los eventos más relevantes para el mantenimiento de la homeostasis corporal, dado que sus trastornos se asocian con cambios marcados en la estructura de las proteínas, numerosas reacciones enzimáticas y las propiedades biológicas de la membrana plasmática. Esto altera el funcionamiento miocárdico, vascular, óseo y del sistema nervioso central (SNC), y compromete la oferta distal de oxígeno (O₂) (Tablas 7.1 y 7.2).
Si bien la concentración de H⁺ se expresa mediante el pH, esta
puede calcularse rápidamente al emplear la relación
siguiente:
[H⁺] = 10^(-pH)
A su vez, puede utilizarse un
método rápido para estimar una concentración aproximada de H⁺, para un rango de pH entre
7,30-7,50. Este método parte de la premisa de que
un pH de 7,40 se corresponde con una concentración de H⁺ de 40 nEq/L, y que el cambio de
0,01 unidades de pH a partir de 7,40 se corresponde con un cambio inverso de
aproximadamente 1 nEq/L en la concentración de H⁺ (Tabla 7.3). De esta manera,
para un pH de 7,36-7,44 corresponde una concentración de H⁺ de 44-36 nEq/L. Como se verá más adelante,
estos conceptos resultan de utilidad para el análisis de la coherencia interna
de un protocolo ácido-base.
Amenazas fisiológicas al pH
Diariamente, el organismo debe
sortear una serie de amenazas al pH, proveniente del metabolismo de los
diferentes tipos de nutrientes. La homeostasis ácido-base se mantiene gracias a
la presencia de mecanismos capaces de neutralizar la carga ácida diaria. Estos
ácidos pueden clasificarse en tres categorías.
Ácidos volátiles (dióxido de
carbono (CO₂)). Es el producto final del metabolismo oxidativo de los hidratos
de carbono, lípidos y aminoácidos. Se lo considera un ácido en virtud, por su
capacidad para reaccionar con el agua y formar ácido carbónico (H₂CO₃), que a
su vez puede disociarse en H⁺
y bicarbonato (HCO₃⁻). La tasa de producción de CO₂ se
relaciona directamente con la actividad metabólica y, por lo tanto, con la
edad del paciente (a menor edad, mayor actividad metabólica). Como
se trata de un gas, es eliminado del organismo con cada ciclo ventilatorio y,
en efecto, su tasa de producción determina la magnitud de la ventilación
alveolar.
Ácidos fijos (ácido sulfúrico y
ácido fosfórico). El ácido sulfúrico es el producto final de la oxidación de
los aminoácidos que contienen azufre (metionina y cisteína), mientras que el
ácido fosfórico se forma en el metabolismo de los fosfolípidos, ácidos
nucleicos, fosfoproteínas y fosfoglicéridos. La producción de ambos varía con
la dieta y con la edad, y por lo general es de 1-3 mEq/kg/día. Esta carga ácida
es amortiguada con la generación de cantidades equimolares de nuevo bicarbonato
por el nefrón distal (eliminación de amonio y ácidos titulables, v. más
adelante).
Ácidos orgánicos. El ácido
láctico, el acetoacetato y el ß-hidroxibutirato se forman durante el
metabolismo de los hidratos de carbono y los lípidos. Normalmente, son luego
oxidados a CO₂ y agua, por lo que no suelen afectar directamente el pH de los
líquidos orgánicos. No obstante, pueden aumentar en diversas situaciones
patológicas, como en la acidosis láctica o la cetoacidosis diabética (20).
Sistema de amortiguadores
Los amortiguadores corporales
confieren la defensa inmediata contra los cambios de pH. Se trata de ácidos
débiles que se encuentran como una combinación entre una forma capaz de ceder H⁺ y una forma capaz de aceptar H⁺, en el rango de pH de los líquidos orgánicos.
La ecuación de
Henderson-Hasselbalch puede utilizarse para ilustrar la forma en que un ácido
débil funciona como un amortiguador:
pH = pKa + log [A⁻]/[HA]
El pKa es una magnitud que
cuantifica la tendencia que tienen las moléculas a disociarse en solución
acuosa. [HA] representa la concentración del ácido débil en los líquidos
orgánicos, y [A⁻]
la concentración de su
base conjugada.
La capacidad de un sistema
amortiguador para frenar los cambios de pH producidos por la adición de ácidos
o bases es máxima cuando el pH del medio es igual al pKa del ácido débil que
compone el sistema amortiguador. Sobre esta base, el pKa puede entenderse como
el pH del medio acuoso para el cual una sustancia se encuentra mitad disociada
y mitad sin disociar. Asimismo, otro factor que determina la efectividad
amortiguadora de un ácido débil es la concentración total de este ácido en los
líquidos orgánicos.
Por lo expuesto, resulta
evidente que el sistema amortiguador ideal para mantener el pH de los líquidos
corporales debería tener un pKa ~7,40 y estar presente en una concentración
alta. Si bien el organismo carece de un sistema amortiguador óptimo que posea
estas características, a continuación se describen los de mayor relevancia
clínica y fisiológica.
Bicarbonato-ácido carbónico
Este sistema amortiguador es el
más importante del líquido extracelular (LEC). De hecho, la participación renal
y respiratoria en la regulación del pH se encuentra íntimamente ligada con este
sistema. Comprende al ácido carbónico (H₂CO₃), un ácido débil que en solución
sufre la siguiente reacción de disociación:
H₂CO₃ ↔ H⁺ + HCO₃⁻
El ácido carbónico, en realidad,
se encuentra disuelto en forma de gas como CO₂, y la concentración de H₂CO₃ se
calcula, de acuerdo con la ley de Henry, multiplicando el coeficiente de
disolución del gas (α = 0,03) por la presión parcial de CO₂ (PCO₂). De esta
manera, la ecuación de Henderson-Hasselbalch para este sistema es la siguiente:
pH = pKa + log [HCO₃⁻]/[H₂CO₃], lo que
es lo mismo, pH = pKa + log [HCO₃⁻]/(0,03 x PCO₂)
El pKa de la segunda ecuación es
de 6,1, es decir, no representa un valor que componga un sistema amortiguador
ideal. Sin embargo, la importancia clínica y fisiológica de este sistema radica
en que es el único en el que sus dos componentes, la base conjugada (HCO₃⁻) y el ácido débil (PCO₂), son
determinados fácilmente en
el plasma y se regulan en forma independiente a través de la
función renal
(recuperación del
bicarbonato filtrado y acidificación urinaria) y de la ventilación alveolar,
respectivamente (sistema abierto). Asimismo, es el sistema amortiguador
cuantitativamente más importante.
Así queda de manifiesto que, de
acuerdo con la ecuación de Henderson-Hasselbalch, el pH de una solución que
contiene un amortiguador (ácido débil) está determinado por el cociente de las
dos formas del amortiguador (base conjugada y ácido débil). Es decir, que al
regular la concentración plasmática de HCO₃⁻
(base conjugada o componente metabólico) y la PCO₂ (ácido débil o
componente respiratorio), los riñones y los pulmones regulan el
pH de los líquidos
corporales.
Por su parte, el resto de los
sistemas de amortiguación (hemoglobina, otras proteínas, fosfato, carbonato,
etc.), si bien pueden proteger a los líquidos corporales contra agresiones al
pH, no pueden utilizarse como mecanismo primario para ajustar el pH de estos
(sistemas cerrados).
Asimismo, de acuerdo con el
principio isohídrico (estado de equilibrio químico entre los múltiples pares
ácido-base que conforman el sistema de amortiguadores), cualquier cambio en el
cociente HCO₃⁻/PCO₂ también afecta
los cocientes de concentración del resto de los
amortiguadores, dado que se amortiguan unos con otros al intercambiar H⁺ entre ellos. La importancia clínica de
este principio radica en que, al determinar directamente el estado de un único par ácido-base
(usualmente el sistema bicarbonato-ácido carbónico) puede conocerse,
de forma indirecta, el estado de todos los otros 1 amortiguadores
del organismo y así evaluar las alteraciones del equilibrio ácido-base.
Claro, aquí está el texto
extraído de la imagen, presentado en un formato de una sola columna y siguiendo
el orden de lectura de izquierda a derecha:
Hemoglobina y otras proteínas
Las proteínas contienen
numerosos grupos ionizables que son ácidos débiles. En muchas de ellas, el
grupo imidazol de la histidina y los grupos N-terminal tienen un pKa
suficientemente cercano a 7,4 como para permitirles funcionar como
amortiguadores efectivos. Asimismo, están presentes en concentraciones
relativamente elevadas, tanto en el compartimiento intracelular como
extracelular, lo que contribuye aún más con su efectividad amortiguadora.
Las proteínas intracelulares
pueden aceptar H⁺
mediante un intercambio con iones unidos a proteínas (Na⁺ y K⁺), los cuales, a su vez,
aumentan en el espacio extracelular para mantener la electroneutralidad
(mecanismo de intercambio iónico con el compartimiento
intracelular).
La hemoglobina representa cerca
del 75% de los amortiguadores no bicarbonato de la sangre, y es un amortiguador
proteico particularmente efectivo. Justamente, posee entre 5 y 6 veces el
efecto amortiguador de las proteínas plasmáticas, debido a su elevada
concentración y a sus abundantes residuos de histidina (más del doble que los
de la albúmina). El 90% del CO₂ producido en el metabolismo oxidativo tisular
es captado por los eritrocitos, y se transporta como HCO₃⁻ tras reaccionar con el agua y
disociarse rápidamente dentro de los hematíes. Los H⁺ generados en esta reacción son
amortiguados por la hemoglobina. De hecho, los grupos imidazol de la
hemoglobina desoxigenada poseen un pKa algo mayor que los de la hemoglobina
oxigenada, lo que contribuye con su efectividad amortiguadora. Por lo tanto,
una vez que entrega el O₂ a los tejidos, la hemoglobina
es capaz de aceptar más H⁺ provenientes del CO₂.
Fosfato y amortiguadores
intracelulares
El compartimiento intracelular,
en particular el hueso, es capaz de amortiguar hasta el 55% del exceso de H⁺, y entre sus amortiguadores se
encuentran las proteínas, los carbonatos y el
fosfato. Con respecto a este, se trata del ácido débil H₂PO₄⁻,
que sufre la siguiente reacción de disociación:
H₂PO₄⁻ ↔ H⁺ + HPO₄²⁻
El pKa para esta reacción es de
6,8, lo que hace de este sistema un candidato aceptable como amortiguador de
los líquidos orgánicos. Esto sucede particularmente en el líquido intracelular
(LIC), donde su concentración es mucho mayor que en el LEC, y en el líquido
tubular del nefrón distal, donde la reabsorción de agua es mayor que la de
fosfatos (alcanza una concentración mayor) y el bajo pH intraluminal se asemeja
más a su pKa. De hecho, en el líquido tubular se comporta como el componente
principal de los ácidos titulables (v. más adelante).
El rol amortiguador del hueso
cobra particular importancia en el contexto de la acidosis metabólica crónica,
como sucede en la enfermedad renal crónica, en la que la parathormona juega un
papel fundamental (72).
Participación respiratoria y
renal
El sistema de amortiguadores
permite que el organismo resista cambios agudos en el pH. No obstante, la
capacidad para neutralizar una carga ácida podría agotarse si los ácidos fueran
agregados de forma continua y no existiesen mecanismos adicionales para
mantener el equilibrio ácido-base.
Como fue mencionado, la carga
diaria de ácidos se relaciona con la producción de ácidos volátiles (CO₂) según
la tasa metabólica, y con la producción de ácidos fijos según el tipo de dieta
y la edad (alrededor de 1-3 mEq/kg/día). La excreción de ambos se efectúa a
través de dos mecanismos distintos: respiratorio y renal.
Excreción respiratoria de ácidos
volátiles
Normalmente, la ventilación
alveolar (Vₐ) es regulada por la producción de CO₂, con el
fin de mantener la presión arterial de CO₂ (PaCO₂) dentro de
límites
normales, es decir, entre 35-45 mmHg (Figura 7.2). Si la producción de CO₂ aumenta,
el aumento de la frecuencia respiratoria o del volumen corriente mantienen
estable la PaCO₂, gracias al aumento
concomitante de la Vₐ
(v. Figura 7.2). Esto se logra mediante la interacción de los
quimiorreceptores centrales y periféricos con diversos efectores
neuromusculares.
Los recién nacidos y niños
pequeños responden a la hipercapnia mediante el aumento la Vₐ, pero en menor medida que los
niños mayores
y adultos. La capacidad de respuesta al incremento de la PaCO₂ aumenta
con la edad gestacional y a medida que la vida posnatal avanza. Esto se
relaciona con la maduración de los quimiorreceptores (en
particular los centrales) y con la mayor efectividad de los mecanismos de
respuesta y amortiguación del sistema respiratorio.
Excreción renal de ácidos fijos
y recuperación del bicarbonato filtrado
El riñón participa activamente
de la regulación del pH de los líquidos orgánicos mediante la combinación de
dos mecanismos básicos:
- Regulación
de la concentración plasmática de bicarbonato, gracias a la reabsorción
del bicarbonato filtrado.
- Generación diaria de nuevo
bicarbonato, gracias a los mecanismos de acidificación urinaria (excreción
de ácidos fijos).
En el riñón maduro, el túbulo
proximal se encarga de reabsorber entre el 85% y el 90% del bicarbonato
filtrado (Figura 7.3). La reabsorción de bicarbonato, al igual que su umbral
renal, es inmadura luego del nacimiento. Esto se debe a la maduración incompleta
y expresión parcial del intercambiador luminal Na⁺/H⁺ (NHE3) y de la enzima anhidrasa
carbónica,
fundamentalmente las isoformas II y IV. A raíz de este fenómeno, el
umbral renal para el bicarbonato y, en consecuencia, el bicarbonato plasmático
normal, varía según la edad:
- Nacidos
pretérmino: 16-18 mEq/L.
- Nacidos de término al
primer mes: 20 mEq/L.
- Primer mes hasta los 2
años: 22 mEq/L.
- Dos años en adelante: 24 ±
2 mEq/L.
La maduración de la reabsorción
de bicarbonato ocurre en paralelo al aumento de la actividad de la bomba Na⁺/K⁺ ATPasa basolateral. En
condiciones fisiológicas, el asa ascendente gruesa
de Henle y el nefrón distal se encargan de la
reabsorción del 10%
al 15% restante del bicarbonato, a través de mecanismos similares a los
del túbulo
proximal (v. Figura 7.3).
A diferencia de lo que sucede
con la reabsorción de bicarbonato, la acidificación urinaria distal y la
generación renal de nuevo bicarbonato maduran mucho más precozmente. La
capacidad de acidificación alcanza valores maduros (120 ± 20 µEq/min/1,73 m²) alrededor
del primer mes de vida. La aldosterona también posee un rol importante en la
secreción distal de H⁺.
Estos se excretan en la orina en forma de ácidos titulables (~30%,
principalmente con el fosfato) y con el amonio (~70%). La excreción ácida
mediante ambos mecanismos se asocia con la ganancia equimolar de bicarbonato
(generación de nuevo bicarbonato), es decir, los aproximadamente 1-3 mEq/kg/día
consumidos en la amortiguación de los ácidos fijos (Figura 7.4).
La excreción de ácidos
titulables se encuentra limitada por la carga filtrada de fosfato, su
componente principal. Además, la cantidad de fosfato disponible suele
permanecer relativamente constante, aún frente a una acidemia. Sin embargo, el
parénquima renal es capaz de generar su propio amortiguador, el amoníaco (NH₃),
con lo que aumenta marcadamente la capacidad para excretar ácidos en forma de
amonio (NH₄⁺) (v. Figura 7.4). Esto permite
eliminar el exceso de H⁺
sin generar una orina excesivamente ácida (el menor pH que puede
alcanzarse en el nefrón distal es de 4,5) y representa un mecanismo fundamental
en la respuesta a las alteraciones del equilibrio ácido-base.
A pesar de que la capacidad de
excretar ácidos se encuentra bien desarrollada en el recién nacido y el
lactante, el rápido crecimiento corporal y la carga ácida impuesta por la
ingesta proteica generan que estos mecanismos trabajen al límite de su reserva
funcional. En efecto, la capacidad para aumentar aún más la excreción neta de
ácidos (ácidos titulables y NH₄⁺)
es limitada. Esta situación le confiere al recién nacido y
al lactante cierta labilidad ácido-base en escenarios clínicos que
implican mayor estrés metabólico, como la sepsis, el shock o el distrés
respiratorio agudo.
Regulación de la secreción de H⁺
Dado que tanto la recuperación
del bicarbonato filtrado como la generación de nuevo bicarbonato dependen de la
secreción de H⁺ (v. Figuras 7.3 y 7.4), la
regulación de este
mecanismo tiene una relación directa sobre el pH de los líquidos
corporales. Las variables que pueden modificarlo se describen a continuación.
pH intracelular. En las células
del túbulo proximal y del nefrón distal, la secreción de H⁺ aumenta a medida que el pH
intracelular cae, y disminuye a medida que este aumenta. A su vez, el pH
intracelular se encuentra determinado por el pH plasmático (la
acidemia y la alcalemia se acompañan de cambios análogos en el
espacio intracelular) y por el potasio extracelular. Con respecto a este, la
hipopotasemia genera una salida neta de este ion hacia el espacio extracelular,
que es balanceada eléctricamente por el ingreso neto
de H⁺ a la célula (menor
pH intracelular). Lo contrario sucede en la hiperpotasemia (3). En
consecuencia, la secreción de H⁺ aumenta en la hipopotasemia y
disminuye en la hiperpotasemia. Adicionalmente, la hipopotasemia estimula la
actividad de la bomba H⁺/K⁺ ATPasa de las células
intercalares α del nefrón distal
(v. Figuras 7.3 y 7.4), con el fin de disminuir la excreción urinaria
de potasio. La actividad de esta bomba produce mayor secreción de H⁺.
Además, cabe destacar que la
formación de NH₃ a partir de la glutamina también depende del pH intracelular.
Aumenta cuando el pH disminuye, gracias al incremento en la actividad de la
enzima glutaminasa (implicada en la síntesis de NH₃) y por el mayor transporte
de glutamina hacia el interior de las mitocondrias, donde ocurre su conversión
en ácido glutámico (mediada por la glutaminasa). Este mecanismo, que implica
una mayor capacidad para excretar H⁺
como NH₄⁺,
resulta fundamental para restituir el equilibrio ácido-base en el marco de las
acidemias.
Reabsorción proximal de sodio.
La secreción de H⁺
en el túbulo
proximal se encuentra mayormente acoplada con la reabsorción de sodio
a través del
intercambiador NHE3 (v. Figura 7.3). Este proceso está
influenciado por los cambios en el volumen efectivo circulante, en relación con la
actividad, en más o en menos, de una serie
factores (sistema simpático, balance glomérulo-tubular,
angiotensina II, presión hidrostática
peritubular y péptidos natriuréticos). La
reabsorción de sodio
aumenta en la depleción de volumen y disminuye con su
expansión; por lo tanto, la secreción de H⁺
aumenta y disminuye en las mismas circunstancias.
Carga de sodio entregada al
nefrón distal y acción de la aldosterona. En este segmento del nefrón, la
cantidad de sodio reabsorbida depende de la carga de sodio entregada y de la
presencia y actividad de la aldosterona. Cuanto más sodio es ofrecido al nefrón
distal, más sodio es reabsorbido a través del canal ENaC (Epithelial Sodium
Channel). Dado que se trata de un epitelio cerrado (uniones intercelulares
relativamente impermeables), la mayor reabsorción de sodio aumenta la magnitud
de la diferencia de potencial transepitelial (mayor electronegatividad luminal)
y favorece la secreción de H⁺.
Un ejemplo de esta situación puede ser con el uso de diuréticos, como
la furosemida o la hidroclorotiazida. Por su parte, la aldosterona liberada en
respuesta a la disminución del volumen efectivo
circulante aumenta la reabsorción de sodio a través del canal
ENaC y, en consecuencia, la secreción de H⁺.
Presencia de aniones no
reabsorbibles. En el nefrón distal, los sulfatos, nitratos, cetoaniones o el
propio bicarbonato que escapa a la reabsorción en el túbulo proximal (acidosis
tubular renal proximal, v. más adelante) incrementan la electronegatividad
intraluminal y la diferencia de potencial transepitelial, lo que promueve una
mayor secreción de H⁺.
Evaluación clínica de la
excreción urinaria de ácidos
La excreción neta de ácidos
resulta de la sumatoria de los H⁺
excretados con el fosfato (ácidos titulables) y con el NH₄⁺.
En condiciones normales, diariamente se excreta una cantidad de ácidos idéntica a la
cantidad generada de nuevo bicarbonato (1-3 mEq/kg/día).
La evaluación clínica de la
capacidad de acidificación urinaria resulta de mucha utilidad en el estudio de
ciertas acidosis metabólicas (v. más adelante), dado que permite valorar la
participación renal en el trastorno. Como la determinación de los ácidos
titulables es engorrosa y poco práctica, y además su excreción permanece
relativamente constante aún en situaciones de acidemia, puede evaluarse
indirectamente la excreción urinaria de NH₃ (sin medirlo directamente),
mediante el cálculo del hiato amónico o GAP urinario:
GAP urinario = Na⁺ urinario + K⁺ urinario - Cl⁻ urinario
Dado que normalmente el 99,9%
del bicarbonato filtrado se reabsorbe, su excreción es despreciable y el cloro
representa el anión dominante del líquido tubular (y de la orina emitida). Como
el NH₄⁺ es un catión no
medido, su excreción se ve reflejada indirectamente
como un exceso de cloro en relación con los cationes sodio y
potasio urinarios. En efecto, la secreción distal de cloro contribuye con
la electroneutralidad del líquido tubular cuando se secretan
H⁺ que se unen al NH₃ y forman
NH₄⁺.
Sobre esta base, se acepta que un cloro urinario mayor que la sumatoria del
sodio y del potasio urinarios refleja que el riñón excreta NH₃ en la orina (GAP
urinario negativo).
De esta manera es esperable que,
si la función renal es adecuada, la acidificación urinaria debe aumentar en las
acidemias y, por lo tanto, el GAP urinario debe ser negativo. Por el contrario,
un GAP urinario positivo sugiere la escasez o ausencia de NH₃ en la orina, que
se evidencia como una baja cantidad de cloro con respecto a la concentración
urinaria de sodio y potasio. Esto sugiere cierta responsabilidad renal en la
generación del trastorno (v. más adelante).
Excreción de bases y mecanismo
de alcalinización urinaria
Además de la capacidad para
eliminar ácidos fijos y un exceso de ácidos a través los mecanismos descriptos,
el riñón dispone de mecanismos adicionales para desembarazar al organismo de
una carga alcalina en situaciones patológicas (alcalosis metabólica y
respiratoria, v. más adelante). Estos mecanismos están compuestos por la menor
excreción neta de ácidos y por la alcalinización urinaria, mediada por las
células intercalares ß del nefrón distal (Figura 7.5), cuyo funcionamiento es
esencialmente una imagen especular de la acidificación urinaria.
Integración de la participación
respiratoria y renal
De acuerdo con los mecanismos
respiratorios y renales expuestos, tendientes a mantener estables la pCO₂ y la
concentración de HCO₃⁻,
y según el
funcionamiento amortiguador expresado a través de la ecuación de
Henderson-Hasselbalch, es posible expresar lo siguiente:
pH = 6,1 + log [24 mEq/L / (0,03
x 40 mmHg)] pH = 7,40
Esto pone de relieve la
importancia clínica y fisiológica del sistema bicarbonato-ácido carbónico,
junto con la regulación independiente de la relación entre su componente
metabólico (HCO₃⁻)
y respiratorio (pCO₂), para controlar el pH de los líquidos
corporales y mantener la homeostasis ácido-base.
Desequilibrios ácido-base
El equilibrio ácido-base puede
ser perturbado por diversas situaciones clínicas, algunas de ellas
particularmente frecuentes en la edad pediátrica (p. ej., la diarrea aguda).
El enfoque de estos trastornos
suele establecerse según el método fisiológico, es decir, en torno al análisis
de la alteración del sistema amortiguador bicarbonato-ácido carbónico y a la
regulación fisiológica de su componente metabólico (HCO₃⁻) y respiratorio (pCO₂) a través de la
función renal y
la ventilación alveolar,
respectivamente. Este método es utilizado en este capítulo para
analizar las alteraciones del equilibrio ácido-base, dado que conjuga
efectivamente la química ácido-base
con la fisiología ácido-base y la
fisiopatología. Asimismo, su eficacia diagnóstica se encuentra demostrada en
términos de la relación causa-efecto, y posee una clara proyección terapéutica.
Si bien resultan complejos y su
utilidad puede ser cuestionada, el método de Stewart (enfoque fisicoquímico) y
el método de Siggaard-Andersen (enfoque del exceso de base), con sus postulados
y limitaciones, se describen brevemente al final de este capítulo, dado que en
ocasiones son utilizados para establecer el análisis del estado ácido-base.
Cabe destacar que,
independientemente del método utilizado, la adecuada valoración clínica del
paciente resulta fundamental para comprender el escenario clínico. Incluye una
anamnesis detallada y un examen físico completo, que orienten hacia la probable
causa del trastorno. De hecho, la interpretación clínica debe conducir la
investigación diagnóstica y el manejo terapéutico de los complejos trastornos
del equilibrio ácido-base.
Método fisiológico
Tanto la acidemia como la
alcalemia pueden ser ocasionadas por trastornos metabólicos (vinculados con el
HCO₃⁻) o respiratorios (vinculados
con la pCO₂), que
pueden presentarse en forma aislada o combinada. Una alteración primaria
en la concentración de HCO₃⁻
produce una respuesta secundaria (adaptativa) en la pCO₂, y
viceversa. La presencia de alteraciones agregadas que impidan o superen la
respuesta adaptativa en la pCO₂ o en la concentración de HCO₃⁻,
implican la existencia de un mecanismo adicional en el desequilibrio
ácido-base. Se describen así dos procesos fisiopatológicos básicos y cuatro
trastornos primarios:
- Acidosis:
proceso fisiopatológico que produce un aumento en la concentración de H⁺.
- Acidosis
metabólica: disminución primaria de la concentración de HCO₃⁻.
- Acidosis
respiratoria: aumento primario de la pCO₂.
- Alcalosis: proceso
fisiopatológico que produce una disminución en la concentración de H⁺.
- Alcalosis
metabólica: aumento primario de la concentración de HCO₃⁻.
- Alcalosis
respiratoria: disminución primaria de la pCO₂.
De acuerdo con la ausencia o la
presencia de mecanismos adicionales, ambos procesos pueden asociarse o no con
el desarrollo de acidemia o alcalemia.
Por ejemplo, en una acidosis
metabólica (disminución primaria de la concentración de HCO₃⁻) la disminución
secundaria o adaptativa de la pCO₂ (v. más adelante)
intenta frenar una desviación aún mayor del
pH, pero sin normalizarlo totalmente (adaptación no es sinónimo de
corrección). Por lo
tanto, se produce una acidosis metabólica con acidemia y adecuada
adaptación
respiratoria. Si, por el contrario, la pCO₂ se encuentra por debajo del
valor adaptativo esperado (v. más adelante), es probable que el
paciente posea un pH normal, lo que no significa que su equilibrio ácido-base
se haya restablecido. Este segundo ejemplo implica la presencia de una acidosis
metabólica junto con una alcalosis respiratoria, con pH normal.
Sistemática de análisis
Para esclarecer el pensamiento
clínico y favorecer un análisis ordenado, es recomendable respetar una
sistemática determinada para analizar los trastornos del equilibrio ácido-base.
Si bien puede optarse por cualquiera de las estrategias descritas en la literatura
médica, se propone la utilización de la siguiente sistemática:
- Predicción
del trastorno a partir del diagnóstico clínico (coherencia externa).
- Verificación de la
confiabilidad de los datos (coherencia interna).
- Determinación del trastorno
primario, la respuesta adaptativa y la presencia o ausencia de un
trastorno adicional.
- Evaluación del equilibrio
iónico acompañante (anión GAP, cloro, balance de potasio y de calcio).
En el Anexo 7.1 se describen
cuatro ejemplos clínicos en los que se aplica la sistemática de análisis
propuesta.
Predicción del trastorno a
partir del diagnóstico clínico (coherencia externa)
Indudablemente, el primer paso
en la valoración de un desequilibrio ácido-base es establecer un adecuado
diagnóstico de la situación clínica que produjo la alteración.
No es posible efectuar un
análisis correcto del protocolo ácido-base sin la completa claridad del
escenario clínico, responsable de la generación del desequilibrio. Por tal
motivo, se pone de relieve que los hallazgos en el estado ácido-base deben
justificarse siempre por la patología que les dio origen. De hecho, en la
mayoría de los casos deberían representar hallazgos meramente confirmatorios
del pensamiento a priori, según el diagnóstico del paciente.
Esto puede interpretarse como la
coherencia externa o coherencia clínica, es decir, la relación predecible entre
el trastorno ácido-base esperado y el encontrado posteriormente. En caso de que
los hallazgos ácido-base no coincidan o no puedan ser justificados por la
situación subyacente, es necesario reevaluar clínicamente al paciente y
profundizar la anamnesis (muchas intoxicaciones suelen pasar inadvertidas en la
evaluación inicial). Si los datos clínicos continúan sin aportar información
adicional y las determinaciones de laboratorio son confiables (coherencia
interna, v. más adelante), probablemente sea necesario repetir el protocolo
ácido-base.
Verificación de la confiabilidad
de los datos (coherencia interna)
Normalmente, en el laboratorio
se determinan de forma directa la pCO₂ y el pH, mientras que el HCO₃⁻ es calculado. Por lo tanto, se
recomienda verificar la confiabilidad de los datos, es decir, evaluar si se
conserva la relación entre los datos medidos y
calculados (coherencia interna). Para tal fin puede utilizarse la ecuación de
Kassirer-Bleich (derivada de la ecuación de Henderson-Hasselbalch):
[H⁺] = 24 x (pCO₂ / HCO₃⁻)
Esta ecuación permite calcular
la concentración de cualquier componente del sistema bicarbonato-ácido
carbónico, siempre y cuando se conozcan las concentraciones de los otros dos
componentes. Tanto la pCO₂ como el HCO₃⁻
son informados en el protocolo ácido-base. La [H⁺] que le corresponde a cada pH
puede observarse en la Tabla 7.4, que muestra esta relación para el
rango de pH compatible con la viabilidad biológica (6,80-7,80).
Determinación del trastorno
primario, la respuesta adaptativa y la presencia o ausencia de un trastorno
adicional
En primer lugar, se debe evaluar
el pH y determinar la presencia de eudremia (pH 7,36-7,44), acidemia (pH <
7,36) o alcalemia (pH > 7,44). Luego, cabe analizar los valores de HCO₃⁻ y pCO₂.
Trastornos metabólicos primarios
Por lo general, se acepta que
existe un trastorno metabólico primario si el pH y la pCO₂ cambian en la misma
dirección y el pH no es normal. En esta situación se cumple lo siguiente:
- Con
acidemia y HCO₃⁻ por
debajo del valor normal, el trastorno primario es una acidosis metabólica.
- Con alcalemia y HCO₃⁻ por encima del valor normal, el
trastorno primario es una alcalosis metabólica.
Luego, se debe valorar si la
respuesta adaptativa de la pCO₂ se corresponde con el valor esperado para el
trastorno metabólico primario:
- En la
acidosis metabólica: pCO₂ esperada = 1,5 x [HCO₃⁻] + 8 (± 2). Es decir, que por cada mEq/L que el
HCO₃⁻ disminuye, la pCO₂ debe
disminuir 1-1,5 mmHg.
- En la alcalosis metabólica:
pCO₂ esperada = 0,7 x [HCO₃⁻] + 20 (± 1,5). Es decir, que por cada mEq/L que
el HCO₃⁻ aumenta, la pCO₂ debe
aumentar 0,5-0,8 mmHg.
La adaptación respiratoria
completa a un trastorno metabólico primario ocurre muy rápidamente (en horas).
Para ambos trastornos, si la pCO₂ es mayor de la esperada, existe una acidosis
respiratoria asociada; mientras que si la pCO₂ es menor de la esperada, existe
una alcalosis respiratoria asociada.
La respuesta respiratoria a la
acidosis metabólica (disminución secundaria de la pCO₂) es predecible sobre la
base de la fórmula expuesta cuando el HCO₃⁻
posee valores entre 7-22 mEq/L. Con valores < 7 mEq/L, la pCO₂ debe
alcanzar el máximo rango
de reducción, es
decir, 8-12 mmHg. Cabe destacar que este es el valor más bajo
fisiológicamente
alcanzable. Asimismo, pueden utilizarse dos estrategias simplificadas para
estimar la pCO₂ esperada
en la acidosis metabólica:
- pCO₂ =
HCO₃⁻ + 15.
- La pCO₂ esperada puede
equipararse a los dos dígitos decimales del pH (p. ej., si el pH es 7,30,
la pCO₂ debe ser ~30 mmHg).
En la alcalosis metabólica, los
valores de pCO₂ esperada por lo general suelen coincidir con los descritos para
el rango de normalidad de esta variable (35-45 mmHg), dado que resulta
dificultoso hipoventilar para amortiguar un aumento del HCO₃⁻ (salvo que exista un trastorno
respiratorio o muscular asociado). Esto cobra particular relevancia cuando el
HCO₃⁻
se encuentra por encima de 40 mEq/L. Al igual que en la acidosis metabólica, puede
utilizarse una estrategia simplificada para estimar la pCO₂ esperada
en la alcalosis metabólica (válida con HCO₃⁻
< 40 mEq/L):
- pCO₂ =
HCO₃⁻ + 10.
Trastornos respiratorios
primarios
Por lo general, se acepta que
existe un trastorno respiratorio primario si el pH y la pCO₂ cambian en
dirección opuesta y el pH no es normal. En esta situación se cumple lo
siguiente:
- Con
acidemia y PaCO₂ > 45 mmHg, el trastorno primario es una acidosis
respiratoria.
- Con
alcalemia y PaCO₂ < 35 mmHg, el trastorno primario es una alcalosis
respiratoria.
Cabe destacar que, para definir
los trastornos respiratorios primarios, es necesaria la determinación de la
gasometría arterial. Luego, se debe valorar si la respuesta adaptativa de la
concentración de HCO₃⁻
se corresponde con el valor esperado para el trastorno respiratorio primario,
según sea agudo
o crónico:
- En la
acidosis respiratoria aguda: el HCO₃⁻ debe aumentar 1 mEq/L por cada 10 mmHg
que aumenta la PaCO₂.
- En la
acidosis respiratoria crónica: el HCO₃⁻ debe aumentar 3-5 mEq/L por cada 10 mmHg
que aumenta la PaCO₂.
- En la
alcalosis respiratoria aguda: el HCO₃⁻ debe disminuir 2 mEq/L por cada 10 mmHg
que disminuye la PaCO₂.
- En la
alcalosis respiratoria crónica: el HCO₃⁻ debe disminuir 4-5 mEq/L por cada 10
mmHg que disminuye la PaCO₂.
La adaptación metabólica
completa a un trastorno respiratorio primario ocurre lentamente (2-5 días).
Esto se encuentra relacionado con la capacidad renal de excretar una mayor
carga de ácidos (síntesis de NH₄⁺
y excreción de NH₄⁺)
o de álcalis (v.
más atrás). Para
los dos trastornos, ya sean agudos o crónicos, si la concentración de HCO₃⁻
es menor de la esperada, existe una acidosis metabólica
asociada; mientras que si la concentración de HCO₃⁻
es mayor de la esperada, existe una alcalosis metabólica
asociada.
Trastornos mixtos con pH normal
Cabe recordar que la presencia
de eudremia no significa, necesariamente, que el sistema se encuentra en
equilibrio. Puede indicar la presencia de un mecanismo adicional, en sentido
inverso, del otro componente del sistema bicarbonato-ácido carbónico.
Por lo general, se acepta que
existe un trastorno metabólico-respiratorio mixto si el pH es normal y la pCO₂
es anormal. En esta situación se cumple lo siguiente:
- Una
pCO₂ alta junto con un HCO₃⁻ alto indican la presencia de acidosis
respiratoria + alcalosis metabólica.
- Una
pCO₂ baja junto con un HCO₃⁻ bajo indican la presencia de alcalosis
respiratoria + acidosis metabólica.
Asimismo, si el pH es normal y
tanto la pCO₂ como el HCO₃⁻
son normales, puede ser una situación ácido-base normal, o bien
tratarse de un trastorno metabólico-metabólico mixto
(acidosis metabólica + alcalosis metabólica). En
esta situación resulta
de mucha utilidad el cálculo del anión GAP (un
valor ≥ 20 mEq/L
siempre indica la presencia de acidosis metabólica) y del resto del equilibrio
iónico acompañante
(cloro, potasio y calcio). Más adelante en este capítulo se
describe este trastorno, así como el resto de los trastornos
mixtos del equilibrio ácido-base. Asimismo, en el Anexo 7.1 se desarrolla el
análisis de cuatro ejemplos clínicos.
Evaluación del equilibrio iónico
acompañante
La evaluación del equilibrio
ácido-base resulta incompleta sin la valoración concomitante del equilibrio
iónico acompañante. Este implica el análisis del anión GAP, del cloro y el
balance asociado de potasio y de calcio.
Anión GAP
Representa la concentración de
aniones no medidos que contribuyen con la electroneutralidad del líquido
extracelular. Se calcula en base a la diferencia entre los cationes y los
aniones predominantes medidos:
Anión GAP = Na⁺ - (Cl⁻ + HCO₃⁻)
Su cálculo resulta esencial ante
la presencia de una acidosis metabólica. El valor normal depende del analizador
que utilice cada centro para la determinación de los electrolitos, y suele ser
de 12 ± 2 mEq/L. Se encuentra compuesto por ácidos orgánicos e inorgánicos
(~50%, lactato, piruvato, sulfato y fosfato) y por las cargas negativas de la
albúmina (~50%). El valor normal del anión GAP se establece para valores de pH
y de albúmina normales. Por cada gramo de albúmina que disminuye por debajo de
4 g/dL, el anión GAP disminuye ~2,5 mEq/L. Asimismo, durante la acidemia, la
naturaleza catiónica de los H⁺
no amortiguados disminuye la cantidad de cargas negativas expuestas por la albúmina, de
manera tal que por cada 0,1 unidades de pH por debajo de 7,40, el valor del anión GAP
disminuye 1-3 mEq/L.
En el marco de una acidosis
metabólica, un anión GAP aumentado señala el consumo de HCO₃⁻ por el aumento de ácidos orgánicos (cetoácidos, ácido láctico,
etc.) o inorgánicos (ácido fosfórico, ácido salicílico, etc.)
en lo que se conoce como acidosis metabólica con anión GAP
aumentado (v. más adelante).
Para evaluar la presencia de un
trastorno metabólico adicional, resulta de utilidad el cálculo del ΔGAP/ΔHCO,
(v. más adelante) y la determinación del cloro. En la Tabla 7.5 se exponen las
causas de aumento del anión GAP diferentes de la acidosis metabólica.
Cloro
Como anión más abundante del
LEC, lleva una relación normal de electroneutralidad que ajusta su
concentración plasmática al 75% del sodio, de acuerdo con el equilibrio de
membranas de Gibbs-Donnan (1). En el marco de una acidosis metabólica, un valor
de cloro superior al 75% del sodio señala la pérdida de HCO₃⁻, ya sea enteral o renal (v. más
adelante), o la disminución de la generación de nuevo
HCO₃⁻.
En ambas situaciones se produce hipercloremia secundaria para mantener la
electroneutralidad, en lo que se conoce como acidosis metabólica hiperclorémica
(v. más adelante). Asimismo, puede suceder por el aporte de grandes volúmenes
de solución salina al 0,9%. Para evaluar la presencia de un trastorno
metabólico adicional, simultáneamente debe calcularse el anión GAP y, en caso
de estar aumentado, el ΔGAP/ΔHCO₃⁻
(v. más
adelante).
Potasio
En las acidosis metabólicas con
acidemia, disminuye la cantidad de potasio que ingresa a las células a través
de la bomba Na⁺/K⁺ ATPasa, lo que aumenta la
concentración
extracelular de este ion (3). De acuerdo con la teoría de
Stewart (v. más
adelante), la magnitud de este efecto depende del tipo de acidosis. En las
hiperclorémicas, dado
que la membrana plasmática en reposo es muy poco
permeable al cloro, el menor pH extracelular disminuye el intercambio Na⁺/H⁺, lo cual reduce la entrada de
sodio y la salida de H⁺.
Con el menor ingreso de sodio a la célula, la actividad de la bomba
Na⁺/K⁺ ATPasa disminuye, lo que genera
una reducción neta del
ingreso de potasio al espacio intracelular. En consecuencia, el potasio aumenta
0,6 mEq/L por cada 0,1 unidades que disminuye el pH. Cuando la acidosis metabólica es por
acumulación de ácidos orgánicos
(aumento del anión GAP), el efecto sobre el
potasio es menos marcado. Puede aumentar en un rango de 0,1-0,4 mEq/L por cada
0,1 unidades que disminuye el pH. Esto se debe a que los ácidos orgánicos
pueden difundir pasivamente, en mayor o menor medida, hacia el espacio intracelular.
La caída resultante del pH intracelular estimula el ingreso de sodio
(intercambio Na⁺/H⁺) y mantiene la actividad de la
bomba Na⁺/K⁺ ATPasa, lo que minimiza la
acumulación
extracelular de potasio.
En la alcalemia, ya sea por
alcalosis metabólica o respiratoria, la salida de los H⁺ al espacio extracelular (por el
aumento del pH) favorece el ingreso neto de potasio al espacio intracelular,
con el fin de mantener la electroneutralidad del compartimiento. Este
movimiento iónico sigue
una relación que
implica un descenso de 0,4 mEq/L de potasio por cada 0,1 unidades que aumenta
el pH. Los cambios descritos, tanto en la acidemia como en la alcalemia,
determinan la concentración plasmática real
de potasio mientras dure el trastorno, es decir, aquella que regula
efectivamente la excitabilidad miocárdica y neuromuscular, entre otras
funciones. La interpretación de este escenario cobra sentido para predecir los
cambios inversos que pueden suceder cuando el equilibrio ácido-base se
restablezca. Esto implica una disminución del potasio plasmático con la
corrección de la acidemia y un aumento con la corrección de la alcalemia.
Calcio
Como fue mencionado, la acidemia
disminuye la cantidad de cargas negativas expuestas por la albúmina, que operan
como sitios de unión y transporte para el calcio. Asimismo, los H⁺ no amortiguados compiten por
estos sitios de unión. Esto produce un aumento
transitorio de la calcemia iónica (por desplazamiento desde
la albúmina), en
una relación de 0,04
mmol/L por cada 0,1 unidades de pH por debajo de 7,40. Al igual que lo señalado para
el potasio, este fenómeno determina la calcemia iónica real
mientras dure el trastorno, y predice su descenso cuando el equilibrio
ácido-base se restablezca. Un fenómeno similar, pero de menor magnitud, sucede
con el magnesio.